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A mediados del siglo XVIII la hacienda de Calera de Tango alcanzó su mayor auge, siendo uno de sus impulsores el procurador de los jesuitas en Chile, padre Carlos Haymbhausen, nombrado provincial en 1740.Este progreso trajo consigo no sólo buenos sacerdotes, capaces de servir a la Provincia, sino además hombres expertos en las artes industriales.


Haymbhausen viajó a Europa donde reclutó a estudiantes y maestros de diferentes artes y oficios, a los que se conoció como “hermanos coadjutores”. Trajo al país a 38 bávaros, entre los que había plateros, fundidores, relojeros, pintores, escultores, ebanistas, boticarios, carpinteros, tejedores, bataneros y oficiales de las artes.Desembarcaron en Buenos Aires, cruzaron la cordillera y llegaron a Calera de Tango en 1748, junto con sus herramientas y materiales de trabajo.


Posteriormente, en 1753, vino un nuevo contingente de hermanos coadjutores destinados a otras faenas, y la hacienda de La Calera se consolidó como centro industrial y artístico, con producciones de gran calidad que pronto tuvieron mucho prestigio y fueron requeridos por toda la sociedad colonial. Desarrollaron excelentes tejidos que se iniciaron como un modesto obraje de paños en 1730. Producían cordoncillos, bayetas y frazadas y, progresivamente, hicieron surgir batanes y un taller de lino que se instaló en 1743 y pronto llegó a producir finas telas.


Los talleres de platería alcanzaron también un alto nivel artístico en obras de gran envergadura. Se cree que los principales artífices fueron Francisco Pollands y Juan José Köhler, que contaron con un recinto especial en La Calera para desarrollar su oficio. El taller, que vivió su mayor esplendor entre 1755 y 1767, tuvo hornos de fundición y todas las herramientas necesarias para el trabajo de los metales. De ahí salieron importantes piezas de plata, como el frontal y la custodia que se conservan en la Catedral de Santiago. Sin duda, su obra maestra fue un cáliz de oro, cuyo pie estaba decorado con escenas de la pasión de Cristo, la agonía del Getsemaní y figuras del Antiguo Testamento. La pieza, considerada como una de las mejores obras del barroco realizada en Chile. Lamentablemente fue robada de la Catedral en 1982. Otro trabajo importante fue el de relojería. En la hacienda había un taller para fabricar y componer relojes a cargo del hermano Pedro Roetz, autor de grandes artefactos como el reloj que se envió a la reina de Portugal, y el que se encuentra actualmente en la Catedral de Santiago.


Los hermanos coadjutores Jorge Haberl y Carlos Schmidlachner estuvieron a cargo del taller de fundición que se desarrolló inicialmente en la hacienda La Punta en 1722, y que fue posteriormente trasladado a Calera de Tango, donde se le ubicó en un edificio íntegramente destinado para la herrería, dotado con dos fuelles, un yunque, limas y un hornillo, donde se hicieron cerraduras, espuelas, clavos y piezas de hierro forjado. También fundieron campanas, cuyo principal creador fue el bávaro Juan Bautista Félix.


La prosperidad que alcanzó la hacienda de La Calera a mediados del siglo XVIII era reconocida dentro del ámbito local y americano. Los trabajos y adelantos traídos por los hermanos coadjutores hicieron de ella el centro industrial y artístico de la Capitanía General de Chile. Sin embargo, ese auge llegó a su fin con la expulsión de la Orden de todo dominio hispano, de acuerdo al mandato del Rey Carlos III, que en manos del Gobernador de Chile Antonio Guill y Gonzaga el 7 de agosto de 1767, se cumplió en la totalidad del territorio el día 26 del mismo mes. Esta determinación pudo deberse al poder que había acumulado la Compañía de Jesús, al apoyo que le prestaba al papado cuando se enfrentaba con los gobiernos de muchos reinos europeos, y a la gran influencia que ejercía sobre el mundo intelectual y las clases acomodadas.


Los jesuitas ya habían sido expulsados de Portugal en 1759 y de Francia en 1764. La presión de las monarquías ante el papado hizo que en 1773 el Papa Clemente XIV suprimiera la orden. La expulsión se sintió fuertemente en el ámbito cultural, económico, social y espiritual de Chile. Se privó a muchos colegios, escuelas y universidades de profesores y docentes que impartían cátedras y una educación de excelencia.


A raíz de esto, se suprimieron varias disciplinas como las de teología y filosofía, además de otras en el área científica y humanista. Junto con ello, se dejó un vacío en la continuidad de la enseñanza artística que se había desarrollado, paralizándose los talleres de oficios en Calera de Tango. Se dejaron también en abandono los obrajes, fundiciones y herrerías y las grandes especialidades técnicas en el rubro industrial y agrícola. Debido a esto se resintió la economía y se paralizó una parte fundamental de la producción y exportación en el territorio nacional, además de producirse una desorganización de las grandes haciendas que poseía la Compañía en el valle central.


El ámbito de la fe también acusó la partida. Los jesuitas eran formadores y confesores de un gran número de fieles que buscaban su consuelo y guía espiritual. De igual modo, se dejaron en el abandono muchas de las misiones que habían fundado a lo largo del territorio, varias de las cuales pasaron a manos de los monjes franciscanos, pero otras no volvieron a ser habitadas por falta de sacerdotes.


Las pertenencias de la orden pasaron a manos de la Junta de Temporalidades. Se decidió rematar los bienes muebles y arrendar las propiedades inmuebles. La hacienda de La Calera se dio en alquiler a José Garmendia por la suma de 2.520 pesos anuales. Luego pasó en la misma condición a manos de Salvador Trucios y Julián de Almarza y, años más tarde, a Antonio Sánchez de Saravia, cuya hija era esposa de Judas Tadeo Reyes y Borda. Este matrimonio intentó obtener mayores utilidades de la hacienda, pero al no lograrlo, la Junta de Temporalidades dispuso su remate definitivo, en 1783. Entonces ya no quedaban vestigios de los florecientes talleres jesuitas que, sólo en contados casos, sobrevivieron a través de ayudantes o aprendices que mantuvieron parcialmente el oficio.


La hacienda de La Calera fue adquirida por Francisco Ruiz de Tagle, que ofreció por ella 30.000 pesos, pagaderos 50% al contado y el resto a nueve años de plazo. Ruiz de Tagle vinculó la propiedad a un mayorazgo que creó para mantener el lustre de la familia y beneficiar a quien correspondiera ser su cabeza mayor. No tuvo hijos, pero nombró heredero a su sobrino Manuel Ruiz-Tagle Torquemada, quien se hizo cargo de la hacienda, entonces dedicada exclusivamente a la producción agrícola

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